lunes, 20 de mayo de 2013


Legado de amistad
No es fácil perder un amigo, en ningún momento y a ninguna edad.
Tomas fue mi mejor amigo por tanto tiempo que ya casi ni recuerdo cuánto. Tuvimos una hermosa amistad.
Éramos muy distintos, tanto que muchas veces me pregunté cómo podíamos ser tan amigos. Con el tiempo entendí que tal vez esas diferencias, nos unían o complementaban.
Tomas era un “alma libre” como él decía. No se había casado, no tenía hijos. Tampoco tenía padres o hermanos. No se ataba a ningún trabajo, le bastaba con que le alcanzase y no buscaba nada más. Vivía en una pequeña casa alquilada con la única compañía de su otro gran amigo, su perro Aiko.
Yo, en cambio, tenía esposa, hijos, casa propia y un trabajo del que cualquiera podría sentir orgullo.
Un día me dijo:
- ¿Sabes qué? Es un gran beneficio no tener nada. Imagínate qué fácil va a ser cuando yo muera, no habrá nadie para reclamar nada. Y yo pensé que algo de razón tenía. Estaba muy equivocado.
Tomas murió de un día para otro. ¿Estaba enfermo y yo no lo sabía? Tal vez ni él lo sabía. Tal vez era su hora y así, de pronto me quedé sin mi amigo.
No hubo velorio y yo lo despedí en el cementerio como pude.
Al día siguiente fui a su casa, alguien debía ocuparse de las pocas cosas que Tomas había dejado y allí lo encontré. Aiko estaba ahí, esperando a mi amigo, sin resignarse como yo. Tanta era mi tristeza que no me había acordado que el perro estaba solo en la casa. Le di de comer y de tomar y me senté junto a él en el piso. Aiko esperaba, no se daba por vencido, y por un momento yo esperé también, como si el regreso de nuestro amigo fuese posible.
El timbre nos sobresaltó a ambos, pero no se trataba de un milagro que nos devolvía a Tomas, era el propietario de la casa.
-Su amigo me pagó hasta fin de mes, así que –hasta que llegué ese día- tiene tiempo de desocupar este desorden-No dijo más que eso y se fue.
Y comenzó para mí una rutina diaria. Todos los días pasaba por la casa de   Tomas, no tanto para desocuparla, sino para darle de comer a Aiko y hacerle compañía.
Con las pocas pertenencias de mi amigo terminé al poco tiempo, no era mucho realmente y doné todo.
Sin embargo, quedaba Aiko. Cada día cuando llegaba a verlo, sabía que él seguía esperando a Tomas, pero un día me di cuenta que me esperaba a mí también.
Ambos nos hacíamos compañía y compartíamos ese dolor que significaba haber perdido a nuestro mejor amigo.
El tiempo pasaba y fin de mes se acercaba. Sabía que algo debía hacer con Aiko.
Ya no sólo nos unía el recuerdo de Tomas, había un vínculo entre nosotros.
Sabía que no sería fácil convencer a mi esposa y no lo fue. Sin embargo, ella aceptó que Aiko no podía quedar sólo y que si alguien debía hacerse cargo de él, ése era yo.
Y el último día del mes cuando llegué a la que fuera la casa de Tomas, Aiko me esperaba moviendo su colita.
-Vamos amigo, tienes que conocer tu nuevo hogar-le dije.
Y mientras ambos caminábamos hacia mi casa, pensé en cuán equivocado había estado Tomas. Es cierto, no había dejado plata, ni joyas, ni nada de valor material, pero me había dejado a Aiko, a su otro mejor amigo.
Recibí la herencia más importante que se pueda dejar, una herencia de amistad, de amor y de cuidado. Mi gran amigo me había dejado como legado a otro amigo ¡Qué mayor tesoro podría haber recibido de él!
Aiko ya no estaba solo, yo tampoco. Estoy seguro que Tomas sonreía feliz mientras nos veía caminar hacía mi casa.


3 comentarios:

  1. Muy emocionante la historia.. Linda elaboracion del texto!! Me encanto!!

    ResponderEliminar
  2. Una historia fenomenal. Debo admitir que se me escaparon unas laguimillas ja ja. Fantástico, sigan asi!!

    ResponderEliminar
  3. Genial (aplausos) me quedé sin servilletas de tanto llorar jajaja naa muy buena la historia ;)

    ResponderEliminar

Día a día, en la cabeza de una mujer resuenan las siguientes preguntas: “¿Por qué tengo que sufrir esto? ¿Por qué a mi?" Ser mujer no es nada fácil, es por eso que queremos saber: Si te dieran la oportunidad de elegir algo, como mujer, ¿Qué sería?